Nadie le explicó a Liam lo que le esperaba al nacer. Nadie le dijo si sería feliz, si tendría unos padres amorosos, o si la vida sería amable con él. Al menos, que él recuerde, nadie lo advirtió de los peligros, de las pérdidas, de las sombras. Nació sin más. Y luego —como quien cae sin red— se encontró con todo de golpe. Lo bueno y lo malo. Una de cal y otra de arena.
Al principio fue más difícil. Demasiado joven, demasiado pronto, se quedó solo en el mundo. Huérfano, aunque no por mucho tiempo. Solomon, su padre adoptivo, lo escogió expresamente. Nunca supo por qué lo eligió a él, ni por qué también a su hermana Vega, otra niña huérfana con padres distintos a los suyos. Una familia nueva formada con los retazos de otras, y sin embargo, extrañamente armónica. Feliz. Viva. El problema no estaba dentro de casa, sino fuera, en los pasillos del colegio, donde los niños solían llamarlos «la casa de los perdidos». Liam se encendía por dentro, incapaz de comprender cómo podían burlarse de algo que no entendían. Que no habían vivido.
Solomon era el padre más atento y cariñoso del mundo. Escuchaba a Liam con la calma de quien ha visto mucho. Le ponía un brazo alrededor de los hombros y, con la otra mano, le revolvía el pelo. Liam protestaba, medio en broma, medio en serio, hasta que se soltaba y fingía molestia. Entonces, Solomon le hablaba con voz grave pero serena, y le recordaba la importancia de mantener la calma. Veía en él una fuerza indómita, todavía sin pulir, que luchaba por salir. Aquellos ojos verdes, valientes y vivaces, estaban llenos de bondad… pero también de ímpetu. A veces, Solomon se sorprendía sintiendo orgullo, y luego se reprendía por ello.
Con el tiempo, Liam aprendió a no dejarse arrastrar por la ira. A entender que su rabia no solucionaba nada. «Como una sólida roca no es agitada por el viento, de la misma manera el sabio no es turbado por la alabanza o el reproche», le decía Solomon, citando el Dhammapada. Y él lo intentaba.
Vega, su hermana, siempre había estado un paso por delante en esa batalla interna. Parecía indiferente, como si nada le afectara. Pero no era insensibilidad, sino una empatía extraordinaria. Tenía una forma única de comprender las debilidades ajenas. Incluso cuando alguien la trataba con desprecio, ella parecía impermeable, como si nada pudiera contaminar su luz. A veces llegaba a casa, desahogándose entre quejas y bromas, pero su visión del mundo seguía intacta: creía que una persona mezquina podía ser lista, pero no verdaderamente inteligente.
Un día, sin embargo, Vega sorprendió a Liam. Llegó enfadada, ceñuda, después de que una compañera la humillara delante de toda la clase. «Le propuse amablemente que se marchara bien lejos», dijo con ironía. Liam se rió. Ver a su hermana enfadada era como ver a una niña haciendo una pataleta: mucho ruido, pero poca malicia. Luego se le pasó. Como siempre. Porque incluso la filosofía necesita un descanso de vez en cuando.
El verdadero punto de inflexión llegó cuando Solomon les reveló un secreto. A ambos. Les habló de la Orden Omega. Hasta entonces, sabían que su padre era un senador respetado, un político influyente. Pero resultaba que también era el maestre de una antigua orden secreta que custodiaba un legado sagrado: un códice y un pergamino que contenía un mapa. Liam y Vega lo escuchaban con asombro. La historia parecía inverosímil, pero la serenidad en el rostro de Solomon dejaba claro que hablaba en serio.
El motivo de la confesión era aún más sorprendente: Akuma Gesher, presidenta de Underlegacy, planeaba liderar una expedición al exterior. No para buscar iridio —como algunos sospechaban—, sino para saquear los nuevos recursos naturales del planeta. Porque, tras siglos de devastación, la Tierra había comenzado a regenerarse. Las lluvias eran menos ácidas. El suelo, fértil de nuevo. Y Akuma, movida por su ambición, quería explotarlo todo en nombre del progreso.
Underlegacy era un búnker gigantesco, construido para resistir el Apocalipsis del siglo XXI. Allí sobrevivieron los que llegaron a tiempo. Otros, simplemente, desaparecieron. Se dice que se disolvieron en el aire, que trascendieron a otra dimensión. Nadie volvió a verlos.
Pero ahora, dos siglos después, Solomon afirmaba que existía otra ciudad: Kybalion. Oculta, espiritual, libre. Y su líder, Erleak, debía ser advertido de los planes de Akuma. Para eso, Liam y Vega habían sido preparados desde la infancia. No sólo eran sus hijos adoptivos: eran sus discípulos. Elegidos.
El plan era claro. Escapar por el ascensor tubular desde la cápsula maestra. Alcanzar el exterior. Seguir las pistas del códice. Atravesar las puertas tridimensionales. Superar pruebas en distintas épocas y lugares. Y encontrar la ciudad escondida. Solo entonces podrían frenar la destrucción de un planeta que aún tenía esperanza.
Y así, comenzó la verdadera historia de Liam Fox. La de un joven que no eligió nacer, pero eligió luchar. Por su familia. Por la justicia. Y por el mundo que todavía podía salvarse.
